lunes, septiembre 12, 2005

Casos de la vida real


Estimados Usuarios,

En flagrante violación al juramento de Hipócrates, hemos decidido renunciar, momentáneamente, al secreto profesional para compartir con ustedes el siguiente testimonio vivencial de una de nuestras pacientes quien supo sorprendernos con el siguiente mortificante relato al mejor estilo château saignant, digno de cualquier comensal gordo, en cuanto a acciones simbólicas se refiere. Damos paso entonces a un banquete de prolija destreza sin sentir el más mínimo cargo de conciencia teniendo siempre en mente que el silencio es también traición.

“Respetado Doctor:
Siempre he tenido la ventaja (o la desdicha) de olvidar fácilmente las cosas, especialmente las cruciales etapas de mi vida. Una reunión con las compañeras del colegio trajo a mi mente un leve recuerdo del cual se ha desenvuelto la mejor empresa que haya realizado en mi niñez. No suelo contar estas cosas, especialmente por los desagradables hechos (un poco carniceros, sangrientos y podridos) que a continuación relataré; hoy hago una excepción debido a que a lo mejor ya no tenga cómo recordar tan buenas cosas.

Estaba divertidísima escuchando los cuentos de aquellas amigas, cuando sacaron a relucir la época en que las monjas no me dejaron usar más el uniforme. Una hora más tarde ya estaba en mi casa. ¡Claro, lo recuerdo perfectamente! Habían anotado en mi observador que yo era una persona en contra de los principios y valores franciscanos, una persona no apta para estudiar en aquel colegio. Tenía entre 10 y 12 años y me prohibieron usar el uniforme del colegio durante 6 meses. Era una crueldad a esa edad, especialmente porque yo realmente no había hecho nada mal. Al principio fui una semana con los tres únicos vestidos que tenía, me los había mandado mi abuela y eran una especie de traje "típico", elegantes y delicados. A la semana mi papá -sabiamente- solucionó el problema mandándome a confeccionar un uniforme "especial" para mi. Era una copia del que él había usado en el Colegio La Sagrada Familia: pantalón corto negro, chaqueta llena de bolsillos por todos lados, negra, una blusa llena de plieguecitos blanca y, en vez de la corbata para niño, dos cintas negras que se ataban como un moño. Inclusive me cortaron el pelo y me peinaban de lado con gomina. Como quien dice: "a imagen y semejanza".

Siempre había izado bandera por mis buenas notas, ahora con la disciplina perdida ya no podría izar bandera de aquí en adelante. Pero eso no es ni lo peor ni lo mejor de todo. Para poder seguir adelante con lo que sucedió tengo que dar a conocer cosas, que me avergüenzan, pero que son necesarias para entender lo que pasó.
Así, a temprana edad y precozmente me desarrollé. Afortunadamente no fue un desarrollo normal, fue más bien como una enfermedad. Prepárense para lo que viene. Era sangre y sangre y más sangre. Durante tres meses sangré sin parar. Eran unos coágulos enormes, era una cosa exagerada para una niña de mi edad. Durante 15 días no pude ir a clase, luego con medicamentos y todo lograron que no me diera anemia aunque había perdido ya mucho peso. Cuando volví al colegio empezó mi venganza…

En medio de mi desdichada enfermedad tenía que ir al baño constantemente, era una cuestión de salubridad inmanejable y estaba tan mal de salud que a veces me desmayaba de la sangre que había perdido. No exagero.

En fin de cuentas di inicio a la mejor serie de crímenes que a nadie se hubiera imaginado. Espero no perder el respeto de usted después de esto, comprenda que solo era una niña irracional. Se me ocurrió algo. Los baños eran cuartos enormes con pequeños cubículos donde estaban los inodoros. Había baños en cada ala del colegio y en cada piso. El tamaño de los cubículos facilitó mi trabajo. Durante los recreos me dediqué a dejarme desangrar. De cada coágulo salían cantidades generosas e increíbles de sangre. En media hora ya tenía el cubículo bañado desde el techo hasta la manija de la puerta. Y no era una sola pasadita, me encargaba bien que cada pared goteara hasta la inmundicia.

Cada ranura entre las baldosas blancas quedaría para siempre "carchada" de sangre humana. El piso estaba tan resbaloso y el agua del inodoro tan espesa que yo misma tuve que contenerme para no vomitar. Evitar que se me ensuciaran las medias blancas hasta la rodilla fue lo más complicado de la empresa.

Como si nada salí del baño y entré a mis clases. La primera victima fue una de 9C. Yo estaba en 5B. Era primaria todavía. ¡Los gritos eran terribles! Luego todo el mundo corría hacia el baño, luego solo los profesores prohibiendo el paso a los demás. Luego llegaron las monjas.
Al principio se pensó que se trataba de un aborto. Una de las muchachas había abortado en el baño. Todos los pedazos de coágulos parecían restos de humano despedazado, el piso restregado y ensangrentado, la sangre seca que atraía las moscas, era realmente todo un desastre que nadie quería, por supuesto, limpiar. Me sorprende ahora que no hayan llamado a la policía.

Así, día a día con mi distinguido uniforme y pensando en las izadas de bandera me dedique pacientemente en cada cubículo de cada baño. Luego se pensaba que estaban haciendo sesiones de brujería en los baños. Luego que el diablo estaba suelto, luego que estaban matando gente. Que era un trabajador o una monja asesina. ¡Contaban a las niñas diariamente a ver quien faltaba! Yo por mi parte hice de la adversidad y la enfermedad mi mejor sombra para pasar bien.

Inclusive llegué un día a abusar. Las monjas en la misa se sentaban en la primera banca. Era una banca especial pues era abollonada. Pues bien, me dediqué a la banca. Al oprimir la espuma brotaba en borbotones la inmundicia. Al secarse todo fue desagradable. Tuvieron que tirar la banca y sentarse en una de solo de madera.

Finalmente me curé y todo esto quedó impune, lentamente mes a mes trataba de repetir en términos mentales aquella feliz época en que sin evidencias que mancharan mi nombre me dediqué a evitar el gorgoteo repugnante del presente, en la mejor venganza contra la pasiva rutina y la aplastante religión”.

1 comentario:

rata de chapinero dijo...

¡qué buenas imágenes me generó!
Los baños siempre serán blanco de rebelión precoz...claro está que a medida que se avanza en el arte, uno puede adherir creatividad.