lunes, julio 18, 2005

Bienvenidos al placeródromo

Sólo quienes entienden que es necesario sentir el menor interés por vivir han comprendido que la necesidad y la ambición son los motores fundamentales de la fugacidad de las sensaciones y de lo efímero de los sentimientos, características básicas del pensamiento mundano que constantemente amenazan con la defraudación de la expectativa que hace surgir una determinación acerca de una postura individual al interior de una relación cercana: el precario sentido que rápidamente se forma con la indulgencia desenfrenada de las pasiones y con la extirpación autocomplaciente de las culpas se esfuma entre los dedos de quien, movido por la estupidez y por la deslealtad propias del mezquino y obtuso común denominador, ha sido deslumbrado por el espejismo del espectáculo vulgar de salidas fáciles que ofrecen a precios módicos una emulación triste y deformada de la felicidad o una tajante estafa remedo de paliativo. En últimas, esta plausible falta de carácter y entereza no es más que una traición al propio 'yo', la imposición de una falsa personalidad sobre una ausencia de personalidad que aplaca en forma mediocre aquella angustia impostergable, compuesta por el aburrimiento y la desazón constantes que son pulsión fundamental de vida: la fuente de la luz que nos hace seres repetibles pero con defectos particulares de fabricación cede a la oscuridad de una experiencia sensorial perpetuada sin interés serio ni legítimo, obligándonos a ser partícipes de una denigrante deformación de la humanidad en el concepto de 'persona'. Cuando la liberación de los instintos básicos parecía ser la consigna de la auténtica emancipación, hoy en día esa satisfacción sensorial ha degenerado en una subyugación subjetiva casi anhedónica, contraria a la identidad. Los individuos han dejado de encontrar significado en sus deseos y aspiraciones debido a la represión que ejerce la materialización de la emotividad, que impunemente ha logrado permear cada estamento de la cultura, desconociendo que esa emotividad sólo puede ser aprehendida en instantes mínimos en los que conocemos la verdadera belleza: la belleza de ser idea.

domingo, julio 03, 2005

Lineamientos para la acción simbólica: P.A.$.

El oro siempre será el oro. Sin embargo, ¿son el mismo oro el de coronas y museos y el de bóvedas y bancos? Hay en el mundo algunas cosas cuyo blasón honra la pátina de la Historia: son aquellas cosas susceptibles de valor simbólico. El valor simbólico, único verdadero producto social, al que nuestras manos e imaginarios se entregan con placer y sin saberlo, es sin lugar a dudas la fuente de la belleza de este mundo. Sin él, la humanidad es tan grotesca como una toalla higiénica de 5 millones de años o semen en un lavamanos.

Desde el P.A.S. hemos visto la complejidad semiótica de 5 años de estudios (y posgrados) sucedida la simplicidad del drama de un desempleado. Visiblemente ya no es la peste el drama contemporáneo. Tras un largo suspiro, las gentes capitalistas en su sed de dinero fácil parecen haber olvidado un viejo estándar de la ética societal: han sustituido con el valor 'dinero' el valor 'trabajo'; trabajo loable no por su contraparte -resultante de una simple venta de mano de obra- sino por su investidura social, aquella que permite la inserción con rol en la sociedad, la interacción con pares en condiciones más o menos equitativas y la preservación de algo tan básico como un dar y recibir en el que ambas acciones generan sentimientos de satisfacción y/o gratitud. El funcionamiento del mundo, desprovisto de estas dos componentes puramente simbólicas, más allá de carecer de belleza, lo reduce a una enorme aunque millonaria 'transacción'.

Así, en el sistema de hoy, regido falsa o verdaderamente por un tedioso 'what you see is what you are getting', no podemos constatar otra cosa que la pérdida del valor simbólico, otrora consubstancial a la mayoría de nuestras acciones. La desaparición paulatina de esas mentiras blancas que hacían noble toda nuestra mezquindad. El P.A.S. trata de explicarle esto a capitalistas y consumidores en el limbo con discursos sobre la necesidad apremiante de una toma de conciencia al respecto del valor simbólico. Lejos de tratarse de un endoctrinamiento, lo hacemos por afán de preservar y tal vez restaurar la belleza general del mundo. Nos gustan las polillas tanto como la Coca Cola. En nuestra difícil tarea, se nos antoja pensar que este esfuerzo no es en vano; sin embargo, las mayorías siguen viviendo encandiladas por la promesa del mañana, sin ni siquiera tener el hoy y, lo peor de todo, olvidándose del ayer.

Todo lo que hacemos es un potencial símbolo, y un símbolo, si nos remitimos a su etimología y a lo que le queda de símbolo, refiere a la unión de dos partes hic et nunc u otrora en la antigua Grecia: el sublime encuentro entre la imagen mental de un mortal y la mirada de otro mortal, aquel milagro efímero y humano de la reciprocidad, la posibilidad infinita de amoríos a primera vista. Nos gustan las polillas tanto como la Coca Cola y nos gusta compartirlo. Ya lo decía Marguerite en divina boca de otro : "El catador de belleza termina por encontrarla en todas partes". Queremos un mundo en el que la gente diga 'gracias' maravillada, el mismo mundo en que la gente aún dirá 'de nada' en una inmensa acción de nada.