sábado, diciembre 18, 2004

Sólo para lamentarse un rato

Y si hay todavía algo infernal y verdaderamente maldito en este tiempo, es la vida, fuente de la buena inspiración.

Dios no echa mano de tal o cual atributo nuestro, sino que vorazmente se los imputa todos. Hay imbéciles que se creen seres, o mejor aún, que creyéndose con derecho a existir expían su patetismo bajo la máscara de un ser creyente que los hará “mejor”, que los hará existir realmente ya que por si mismo no lo logran, bañándose en los atributos de aquel “furtivo y fugaz”, como forma de evitar “azotarse” para “ser”. Existen porque sí, evitándose las arduas políticas del nombre propio, siempre protegidos bajo la sombra del supremo que en sus espaldas lleva la marca de lo irrisorio. (Por decoro se omite aquí la palabra estafa; irrisorio: risible, peripatético, burlesco, grotesco). "Hágase en mi según tu palabra… y su reino no tendrá fin..."

Otros seres, sin dios pero con idéntica aflicción son la verdadera desgracia para todos nosotros los que constituimos la audiencia cotidiana del teatro de la crueldad. Inventar un mañana, un nuevo escenario, al mejor estilo bridget jones como trama argumental principal es el desafiante fin de toda la andanada de seres únicos e irrepetibles con los que tenemos la desgracia de lidiar, la insufrible banalidad del prójimo. No les asiste otra alternativa más allá de la representación. Es la mimesis, la forma más ingenua de la representación, el arte sin obra en la que todos parecen ser diestros actores. Desenvolverse socialmente, la intra-teatralidad de las relaciones, el mercado de la crueldad, todo esto es la tragedia que nos ata, sea cual sea el sentido hacia que vuelva, como quien está contra la espada y la pared: sociedad, relaciones sociales o capital social cobran lentamente la paciencia que siempre estará al límite. Lentamente, la parálisis del gesto y la muerte de la voz sobrevienen, inmóvil y trascendental como una definición, se revela el diálogo como pieza de la escena, el triste público en su butaca descubre ser una ineludible parte (del trágico final) de éste show sucio y pobre que resulta ser la vida cotidiana.

Señores, intacto el enigma, es más prudente el fragmento, bienvenida sea la política del nombre propio.

domingo, diciembre 05, 2004

La ofrenda oblicua

Para representar un papel en esta obra, para representar un papel en cualquier lugar, es necesario a la vez estar inscrito en la lógica del rito, y precisamente para conducirse bien, para evitar faltas y transgresiones, ser, hasta cierto punto, capaz de analizarlo. Es necesario comprender sus normas e interpretar sus reglas de funcionamiento. (gracias Santa Iglesia! claro está!)
Con la amistad y también con la cortesía, habría un doble deber. ¿no consistiría acaso en evitar precisamente a toda costa tanto el lenguaje del rito como el lenguaje del deber? La duplicidad, el ser doble de este deber, no se contabiliza como 1 + 1 = 2, o como 1 + 2, sino que, al contrario, se precipita en un abismo infinito. Un gesto “de amistad” o “cortesía” no sería amigable ni cortés si obedeciera pura y simplemente a una regla ritual. Pero ese deber de escapar a la regla del decoro ritualizado ordena también ir más allá del lenguaje mismo del deber.
No se debe ser amigable o cortés por deber. "Nos aventuramos a semejante proposición, sin duda, en contra de Kant. ¿Entonces habría un deber de no actuar según el deber, ni conforme al deber como diría Kant (pflichtmässig), ni tampoco por deber (aus Pflicht) ?" ¿En qué nos endeudaría semejante deber, semejante contra-deber? ¿Con qué? ¿Con quién? Tomada seriamente en su forma de pregunta, esta hipótesis alcanzaría para dar vértigo. Haría temblar, y también paralizaría al borde del precipicio, allí donde se está solo, totalmente solo o ya requerido por un cuerpo a cuerpo con el otro, ese otro que en vano trataría de retenernos o precipitamos al vacío, de salvamos o de perdernos. Suponiendo (volveremos sobre ello) que en esa situación se tuviera alguna vez la posibilidad de elegir.
Quizá un lector crítico se sorprenda al ver asociados aquí regularmente la amistad y la cortesía, diferenciadas ambas por un solo rasgo del comportamiento ritual. Puesto que la hipótesis consistiría, para la cortesía, en la determinación aguda de este valor, se lo ligue o no con una u otra tradición cultural (occidental o no), se prescribe ir más allá de la regla, la norma, y por lo tanto, del rito. La contradicción interna del concepto de cortesía, como todo concepto normativo del cual sería el ejemplo, reside en que implica, a la vez, la regla, y también la invención sin regla. Su regla es que conozcamos la regla, pero que no nos atengamos a ella jamás. Es descortés ser solamente cortés, ser cortés por cortesía...
Tenemos entonces una regla, y esta es recurrente, estructural, general, es decir, cada vez singular y ejemplar: manda actuar de tal manera que no se actúe solamente por conformidad con la regla normativa, o tampoco, y en virtud de dicha regla, por mero respeto hacia ella.
Terminadas ya estas hermosas líneas sobre mi habitual comportar, debo admitir que he aprendido la lección más valiosa.
Es descortes ser cortes por cortesía. Desde hoy en adelante rompo el límite del rito y paso de la cortesía a la amistad. Valiosa lección que practicó Armando toda su vida para finalizarla describiendonos a todos los alegres rasgos de lo idiota.
Idiotas somos todos. Solo las organizaciones (secretas) nos harán salir a adelante. Manduco ya se encaminó con los cristianos. Juventud javeriana apiádate.
Creerse irreprochable jugando con la apariencia allí donde falta la intención: es el momento de abordar en concreto el problema de frente, de manera no oblicua: manada de farsantes rolos.