lunes, julio 28, 2008


La idea de que no somos otra cosa diferente a los acontecimientos fisiológicos y químicos cerebrales que determinan los procesos de nuestra consciencia puede significar el derrumbe del yo y de la mágia implícita existente en la privacidad de los pensamientos y la vida personal. Significará el descrédito de la conciencia de ser una persona individual y la confirmación de que somos solamente un delicado y pasajero ensamblaje.

Suspendido en la incredulidad, al entenderme como ficción y no poder hacer nada al respecto, viví por mucho tiempo en una permanente ironía y en un muy bien disimulado terror existencial. Algunos encuentros con individuos que parecían no estar al tanto, aún, de la artificialidad de la construcción de su propia realidad y su percepción me provocaban una alegría inexplicable.


Posteriormente, y por casualidad leí algo que parecía encuadrar con el influjo que viví durante esa época. Se trata del "determinismo fisiológico-cerebral. Aunque sólo pude introducirme a aquellas lecturas precariamente, pude anticipar que la crítica al determinismo fisiológico-cerebral parecía ser fuerte.


Logré luego tomarme en serio los problemas rutinarios y pude entonces concluír que esta idea, y el reflejo que ella irradiaba sobre mi, era bastante tonta. Realmente había una sóla razón: Que nuestra individualidad sea ficción o no es realmente algo que no viene al caso. No sirve de nada tener un ámbito de discrecionalidad individual para aumentar las posibilidades de salvación. El hombre nace, crece, se repruduce y muere. Esto no cambiará. Que la realidad y las verdades sobre nuestra trascendencia nos sean accesibles o no poco o nada cambiarán nuestro ciclo vital.


Que el misticismo de la personalidad, o la fijación en ésta hasta hacerla casi un culto, sea un pretexto para aquellos que se creen artistas o aquellos aún adolescentes, no evitará en nada que su destino sea igual al trato que nos da la vida: ordinario.

La vida (si acaso este es el término correcto) al fin y al cabo habrá que entenderla como un medio al que hay que entregarse y dejarle proporcionarnos experiencias y emociones. Entenderse como algo separado de ésta y la realidad misma es un error. Somos parte de lo que sucede, fenómenos presentes que deben permanecer hasta que dejemos de ser quienes creímos, hasta que nos desvanezcamos.

El mundo es neutral e implacable. Estamos sobre él y nuestra comprensión sobre las cosas que pasan son, al fin y al cabo, muy poco importantes. La verdad o el error son tan relativos que sólo llegarán a importar de acuerdo al momento o coyunturalidad social que nos haya tocado vivir. Esta es realmente nuestra única realidad. Esta artificialidad es lo que realmente nos valida y nos justifica. La misantropía que sentí durante toda mi adolescencia dejó de tener sentido, por más que en muchos casos siga justificándola.

Una frase donada por un amigo para concluir todo lo anterior: Acostumbrarse a ser materia y que no pase nada. Al fin y al cabo, eso ya es algo.