sábado, enero 28, 2006

La batalla de la desodorización

Estimados lectores,
Nos ocupa hoy el discurso teórico que se le consagra al olfato, portador de toda una red de fascinantes entredichos y misteriosos atractivos.

¿Qué hay detrás del discurso higienista que valoriza simbólicamente la blancura de la tez y la ausencia en la atmósfera de la propia presencia y la de nuestros semejantes?.
¿Qué significa ésta ansiedad olfativa que continúa ordenando la lucha contra la basura doméstica y legitimando los intentos simplificantes del miasma?.
Esto solo traduce una obstinación antigua y actualiza una vieja tendencia en contra de la verdad del individuo que, al igual que en su alma, tiene en su cuerpo “sus emuntorios siempre humeantes”

Como si sufriéramos de hiperestesia pretenderemos descubrir qué apuestas sociales se esconden tras la mutación de los esquemas de apreciación y los sistemas simbólicos de la mundial campaña de la desodorización en la sociabilidad y los ritos de la vida cotidiana.
Ha llegado la hora de volver a considerar esta histórica batalla de la percepción y descubrir la coherencia de los sistemas de imágenes que presidieron su desencadenamiento.

Por qué fundamentar la elipsis olfativa cuando fue el aura seminalis del sacerdote continente o del celador, soltero abstinente, el leitmotiv en la literatura romántica?. Por qué olvidar las desdichas de Don Juan extraviado por el odor di femina de Elvira?. Olvidar por qué Fausto enloquece a las mujeres del palacio? Cuál es la razón del descrédito si la misión del olfato-centinela reviste una gran importancia; vanguardia del gusto, nariz delatante del veneno en ésta atmósfera-cisterna?

Nuestra cotidianeidad se desarrolla en una mezcla insondable (parecido a nuestro entramado social y sentimental) que nunca podremos desenmarañar. Teatro de extrañas fermentaciones, partículas sudorosas, mezcla mortificante y muchas veces objeto de temibles escarmientos. Todo esto es un conjunto de evidencias dentro del cual se enraíza esta vigilancia atmosférica a la que tendemos en nuestra esfera más íntima.

No es cuestión de duda para nadie que el aire mantenga en suspensión las sustancias que se desprenden de los cuerpos. La atmósfera-cisterna se carga de emanaciones telúricas, de transpiraciones vegetales y animales. El aire de un lugar es un caldo espantoso donde se mezclan humores, azufres, vapores acuosos, volátiles, oleosos, salinosos que se exhalan por los poros, la saliva, la orina, hasta de los minúsculos insectos y sus huevos, de animálculos espermáticos y lo que es peor, los miasmas contagiosos que surgen de los cuerpos.

Cada parte orgánica del cuerpo vivo tiene su manera de ser, actuar, sentir y moverse; cada una tiene su sabor, su estructura, su forma interior y externa; su olor, su peso, su modo de crecer.
También, cada órgano “no deja de derramar a su alrededor, en su atmósfera, en su entorno, ciertas exhalaciones, un olor, emanaciones que han tomado su tono y sus maneras; que son, verdaderas partes de sí mismo. El hígado tiñe con su bilis todo lo que lo rodea, los músculos contiguos al riñón exhalan un olor vinoso. En fin, los humores, verdaderos laboratorios, transportan permanentemente un “vapor excrementoso” de olor fuerte, que atestigua la purificación, la reparación incesante del organismo.

Esta purga termina por eliminar todas las excrecencias, efluvios pútridos, productos de la menstruación, sudores, orinas y materiales fecales. Sí! Y con riesgo a repetirnos, el individuo, al igual que en su alma, tiene en su cuerpo “sus emuntorios siempre humeantes” La vida sería imposible si un equilibrio no se instaurara entre el aire externo y el interno, equilibrio precario restablecido sin cesar por los eructos, los ventoseos, el rascamiento de los poros, etc.

El olor de los órganos y de los humores, más o menos cargados de los productos de la purificación, se exhala a través de los emuntorios, éstos son siete, todos ellos notables por su olor. Los exponemos sin el ánimo, usualmente reputado a Ediciones, de ridiculizar el estado humano: la parte peluda de la cabeza, los sobacos, los intestinos, la vejiga, las vías espermáticas, las ingles y los intersticios entre los dedos de los pies

Es así como, contrariamente al oído y la vista cuya obsesión se funda sobre un prejuicio platónico reverberante, reafirmado sin cesar, el descalificado sentido del olfato es asociado a repugnancias y escándalos internos y penetrantes.

Sin embargo, desde la Antigüedad, los médicos no cesan de repetir que, de todos los órganos de los sentidos, la nariz es la más próxima al cerebro, y en consecuencia al “origen del sentimiento”. Entonces el olfato constituye un empeño permanente de introspección.

Más que el “choque fugaz” que revela la coexistencia del yo y el mundo, el olfato espía las variaciones paralelas del ser íntimo y del paisaje oloroso. La gama olfativa de las horas, los días y las estaciones acompaña la meteorología interna (Así lo hicieron patente Rousseau, Balzac, Maine de Biran, entre otros)

La experiencia individual revelada por algunos poetas se convierte pronto en verdad científica: el olfato es el sentido de los “tiernos recuerdos” según el Diccionario de las Ciencias Médicas. La reminiscencia olfativa tritura extrañas sensaciones que arrancan el velo establecido entre corazón y pensamiento; borra la distancia que separa el pasado del presente y conduce a la melancolía del never more dentro de la toma de conciencia de la unidad del yo.

Detrás del olfato existe el surgimiento de una memoria compleja que contrasta con la sencillez de nuestras más comunes evocaciones. Esto es claro en Madame Bovary, en Balzac en las dos líneas de Louis Lambert, Baudelaire en su eternidad del perfume; en Zola quien olía realmente mal.

Y sin embargo, la desodorización burguesa supone riqueza, olvidando el papel de los olores en el despertar de la sensualidad. Todo lo que sabemos de la sexualidad popular del siglo pasado lo obtenemos de burgueses refinados y mal colocados para comprender las pulsiones de los que no comparten su asco.

El comportamiento escatológico está asociado al instinto y lo que ha sucedido tras la batalla de la desodorización, que comenzó primeramente con la intolerancia de las tan comunes viviendas insalubres, llega hasta la desodorización del lenguaje acometida desde principios del siglo XVII, donde la injuria llevaba el ritmo de vida, en infinidad de imágenes que evocaban la suciedad y que agobiaba a las clases dirigentes con su lenguaje “puro del Rey”.

El bajo lenguaje, el sitio de la porquería verbal (Pierre Bourdieu – la distinction), la escatología del Carnaval terminan echando fuera la basura hasta en su simulacro verbal. Así, al tirar sus inmundicias simbólicamente, no se hace sino lanzar un reto al que evita el contacto, porque cuando se aparta de su inmundicia se reconforta mediante el gesto y el habla su propio estatuto sobre lo excrementoso.

De ésta manera, hoy se nos ha hecho imposible, en tan poco espacio, plasmar el complicado misterio del olfato. Pero toda ésta larga evolución ha hecho que olvidemos la importancia del olor individual y la ansiedad que generan los olores del prójimo; la simpatía la antipatía, el contagio o la infección. Los efluvios del prójimo dentro de la cohesión viva de dos seres mediante innumerables partículas semejantes como se leía en la erotika biblio.

Olisquear, husmear, dar pruebas de agudeza olfativa, preferir los densos olores animales, reconocer el papel erótico de los olores del sexo, es una actividad constante, muchas veces inconsciente y negada de nuestro ser.

Por todo lo anterior, aún hay quienes recuerdan cálidamente el olor del rostro de su ser más querido. Dentro del abanico social, la fobia por los contactos inoportunos y los olores indiscretos dejan al descubierto la existencia de seres neuróticos que prefieren disfrutar de sus colecciones insustanciales arriesgándose a la asfixia en contra a la voluntad global de repulsa. Es hora de hacer nuestra propia disección de lo cotidiano, esperándo alcanzar l´élixir de longue vie dentro del sabio cálculo de los mensajes corporales. Bienvenida sea la anoxia.

Sinceramente,
Dr. Volta.